miércoles, 22 de abril de 2009

Activos tóxicos

No me preguntéis. Esta combinación paradójica de sustantivo de nueva era y adjetivo esdrújulo me inspira. Su significado me lo habían explicado dos sufridores del término, sector bancario para más señas, pero mi mente anumérica no es capaz de retener con demasiada precisión tales nociones macroeconómicas (¿o eran micro?). Como me pasa con toda la terminología eufónica que no acabo de entender bien, especialmente del campo del derecho o la economía, tiendo a asociarla con otros conceptos o realidades a los que a mi parecer deberían aplicarse ecuaciones similares. Así, he encontrado una serie de activos tóxicos más tangibles que los que traen de cabeza a los bancos y que cualquiera puede identificar sin estar versado en inversiones. La lista es ampliable, quedáis emplazados a ello:

  • Los constructores de enfrente de mi ventana. A sabiendas de que ya no van a vender un solo estudio de 1 habitación, 1 saloncito, 1 baño, media piscina, media terraza y vistas al tráfico de las ocho de la mañana de entrada a Madrid, se mantienen activos. Y a mí me resultan tóxicos, acústica y físicamente. 
  • Los telediarios, en especial los de cadenas privadas a partir del minuto diez, son alevosamente tóxicos, cualidad esta que sus redactores conocen sin vergüenza y además desarrollan de forma activa. 
  • Los productos de Matutano. Su toxicidad no está probada al cien por cien, pero alguna no se les escapa a ellos mismos que tienen. Sin sorna aparente, es bonito leer en sus paquetes cómo mantenerse con salud a pesar del ácido glutámico: sean activos, hombre. 
  • Los corredores de cualquier circuito de footing en Madrid capital. Es como mínimo arriesgado si no majadero del todo intentar mantenerse activo físicamente mientras uno se intoxica así va respirando de manera acompasada y atlética entre el tráfico.

Dejo para un siguiente post el no menos sugerente y atractivo término selectivo español


domingo, 19 de abril de 2009

Anónimos o menos

Recientemente un par de amiguetes me han hecho la puñeta. Me han agregado a su blogroll. Yo, que quería ser anónima y desahogarme, escribir cuando me saliera del lateral izquierdo del hipotálamo, lamentarme exageradamente ante situaciones chungas mías y solo mías.
Creo que a pesar del título de mi blog, ni yo ni nadie aspiramos a tal. Queremos ser personales y propios y de hecho nos repatea pertenecer a colectivos estandarizados. Especialmente los que escribimos, buscamos aquello que nos distinga del resto. A mí me jode contar entre las listas de desempleados básicamente porque quiero ser yo, y validar lo que escribo con mi firma en lugar de con mi NIF. Contar como número es doloroso, aunque al final todos estemos hechos de la misma pasta vital y nos toque sufrir o disfrutar de las mismas rutinas y sucesos, variante apenas de estación, de marca de café o de automóvil.
Todos padecemos las mismas enfermedades y nuestros síntomas a veces tienen apellidos que suenan un poco extranjeros, hasta que se ponen de moda y pasa a padecerlos el común de la sociedad. Por eso nos aburre y nos cansa oír hablar a los demás de sus miserias. Las miserias son mucho menos originales que los éxitos: de hecho solo se tiene éxito cuando se olvida aquella parte común basada en lo lamentable del ser humano y se pone a trabajar la neurona optimista que se cree única en su género.
Dicho lo cual paso a comunicaros que ya es primavera y yo no estornudo, pero a cambio me pica todo.



sábado, 18 de abril de 2009

Parón y cuenta nueva

Tras la santa semana Santa y sus víctimas, tiempo perdido/recuperado y otras incongruencias varias, decido atender y seguir haciendo, no necesariamente por este orden,

1) lo que debo
2) lo que se supone hago
3) lo que verdaderamente me gusta.

Prometo más de mí a partir de ahora, en todos los sentidos.

Y así para empezar, dejo una foto que me mola.



miércoles, 8 de abril de 2009

Debería

A veces, cuando el momento que me toca se me hace insufrible, adopto conmigo misma una actitud masoquista: me deleito en encontrar razones por las cuales el mundo tiene que evitarme y por lo tanto, yo estoy autorizada a corresponder de la misma manera. Busco entre mi odioso carácter, mi debilidad insensata, mi evidente idiotez o cualquier otra grata cualidad de aquellas que en esas ocasiones me poseen. Puedo ser el agente más duro contra mí misma,  el peor de los críticos, el torturador más eficaz. Entonces me digo que tengo que estar sola, totalmente sola, agotadoramente sola e inaccesible. Dado que no quiero esconder ese carácter que creo haber ganado derecho a manifestar, dado que nadie tiene por qué aguantarlo de todos modos, el mejor estado que se me ocurre es la soledad reconcomida. Es como si tuviera que pasar esa penitencia sin ningún tipo de ayuda para sentirme más fuerte. Es como si me complaciera en demostrarme que soy insoportable y por lo tanto mi única garantía.
Yo sé perfectamente, racionalmente, de dónde vienen estos sentimientos y también a dónde pueden conducir. Los manejo de todas maneras sin prudencia alguna. Me cuesta inmensamente reconocer que necesito ayuda, mejor dicho, pedirla me cuesta dolor. Suelo, además, reaccionar mal contra quienes me la ofrecen, lo cual nuevamente me lleva a encerrarme en el mutismo cuando soy reconvenida. Es un estado que se realimenta de su propio malestar y rabia.

Cuando por fin, de una manera de la que tampoco soy muy consciente, me saco de ese estado, no puedo librarme fácilmente de una mezcla de dolor físico y vergüenza casi ajena, queriéndome alejar de la experiencia a zancadas, borrando los sentimientos asociales y los pensamientos destructivos. Tengo prisa por volver a ser de la manera que quiero ser y mostrar. Escondo mi reciente experiencia en los infiernos, huyo de sus manifiestos recientes y me la niego con fiereza. 
Debería sin embargo aprender de ella. De esa lucha agotadora y agitadora tendría que sacar conclusiones, algún rédito útil. Por ejemplo, que somos nuestros peores enemigos, que merecemos muchas veces romper relaciones y poner fronteras a la parte inconsciente y tirana que nos rige sin permiso.  Que la sensación de derrota es tan subjetiva como la de éxito. Y sobre todo, que el peor estado mental posible es el estado autoaislado.

Debería, digo.