Fiel a mi filosofía de mantenerme activa también físicamente y como ayer me salté pilates (juro que fue fuerza mayor burocrática), hoy he decidido salir a machacarme un poco y dar una alegría a mi bici, que hibernaba en el trastero. Es lo que tiene haber sido educada en un colegio de monjas, la tendencia a la culpabilidad opera divinamente.
Dado lo inapropiado de dejarse ver con unas mallas de ciclista, una camiseta de verano y una bici embarrada a las nueve y media de la mañana de un martes, cuando la gente ha terminado ya de abrir el ojo y puede que hasta hayan empezado a ser útiles a la sociedad, he procurado salir todo lo sigilosa y rápidamente posible del garage, pedalear la cuesta igualmente rápido, llegar al circuito como haciéndome la tonta. Al menos puedo presumir de tener fondo para todo eso. Fondo y ganas de sudar, percatándome de que tal vez he sido demasiado optimista al no coger manga larga. Todos mis compañeros de circuito urbano han sido más prudentes. Ya más a gusto entre mis semejantes, relajo el ritmo y decido que es un buen día de primavera para observar y hacer propósitos. Hay quien decide en la ducha, hay quien decide sentado en el váter; yo decido montada en bici, igual que se me ocurren las mejores metáforas en bici y me dan ganas de patentar una grabadora de voz a golpe de rodilla y pedal para mentes caóticas como la mía.
Los que hacemos deporte o simplemente sudamos por las mañanas y entre semana, básicamente pertenecemos a cuatro grupos (sí, según pedaleo también taxonomizo, creo que esa tendencia se la debo en parte a gúguel): estudiantes, desempleados, jubilados y madres. Es de observar que en días laborables la gente pierde su esencia cronológica y muta la habitual clasificación por edades a una más eficiente basada en la ocupación social. Así, los jóvenes que uno encuentra por la calle a esas horas se convierten en estudiantes, los mayores pasan a ser jubilados, y los adultos pueden pertenecer a dos sectores, trabajadores o desempleados. Es difícil, casi imposible, encontrarse en un circuito urbano un martes de diario a un trabajador, de no ser que ocurra alrededor de las once y pertenezca a la élite de los profesores universitarios con descanso inter clases. Uno puede jurar que un adulto entre los 30 y 40 años, con ropa de jooging, generalmente acompañado de otro adulto de edad y atuendo similar, que charla mientras corre y casi siempre se ríe o bien despotrica, es un trabajador público o bien un investigador de la universidad cercana. Por el contrario, un adulto de la misma edad y canosidad, que corre solo, no se ríe y mira bastante al resto de los circuiteros, con actitud más ocupativa que deportiva, es un desempleado, si bien no llega a ser un parado, ya que estos últimos se quedan en casa.
El grupo más numeroso lo forman, como también ocurre en los supermercados y autobuses, los jubilados, estatus social que según nuestra edad y/o vitalidad todos tememos o ansiamos. Es un grupo social compacto e independiente. Pueden ir o no acompañados de perro, a veces de cónyuge, en ocasiones de nietos, si bien esta variedad en un circuito es más común el fin de semana. Según va subiendo el sol, arrecian otros grupos menos madrugadores, como los estudiantes deportistas y las madres (algún padre) recientes. Unos y otros son subgrupos de los otros grandes conjuntos sin adjetivos, estudiantes y progenitores, recíprocamente necesitados entre sí, y que jamás coinciden juntos en un circuito urbano si son miembros de la misma familia.
Cuando devuelvo la bici al trastero tengo ganadas para mí dos sensaciones. Una obvia: el desgaste físico es esencial para mantener la mente despierta y el ánimo encendido. Otra extraña: los autónomos carecemos de autoridad moral para ubicarnos en cualquier grupo social respetable. Más aún si debido a la crisis disponemos de abundante tiempo que dedicar a actividades menos lucrativas.
Ni siquiera llego a la condición de 'autónomo', y no pido el paro no sé muy bien todavía por qué.
ResponderEliminarEl otro día fui a jugar a pádel, por aquello de cultivar también el body, y la sensación que tuve después, tomando café, zumo y sandwich, era la de jubilado inmerecido. Un pre-pre jubilado. Le dije a mi colega: "Cuando lo seamos de verdad, práctica no nos faltará".
Un saludo,