- ¿Desea ayuda?
- No gracias, solo miraba.
Una sonrisa tímida. Adoro a los viejecitos que manosean las sedas de la tienda. Casi siempre discretos, lentos, con pereza de esperar y bolsillos flacos. Sé que solo miraba, amable anciano, reconozco equívocos y también paseos y esperas resignadas en esta tienda impersonal . Sé que ni usted ni su esposa acompañante van a comprarme nunca una corbata de Hêrmes. Puedo adivinar que un familiar suyo no llega puntual, un nieto quizá, y se aburre frente a las pantallas que anuncian salidas y llegadas y mienten sobre los minutos de retraso, y ustedes aterrizan en mi tienda por ver si matan el tiempo. Esos viejecitos. Seres callados y arreglados de domingo, orgullosos de sus hijos, yernos, nietos que vuelan saltando continentes y regresan con maletas modernísimas. A veces hablan ellas, tímidas, le quedaría bien esta a Pablo, ¿se la compramos?, y ellos, a golpes discretos, señalan con sus bastones, que no, fíjate mujer, si vale 200 euros. Si ella insiste, se atreven a murmurar, casi al oído, es que además es bien fea, ¿eh?, y la mujer pone cara de bueno, pues nada, un leve fastidio en su mirada, y la dejan a un lado, caminando con pasos cortos que quieren ser más rápidos, más seguros, más pudientes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario