viernes, 8 de mayo de 2009

Por ninguna razón

Situada contra la puerta contraria, somnolienta, esperó a que se abrieran las puertas en la estación para recalcular su posición y hacerse a un lado, acoplándose a la nueva masa de viajeros. El chico ciego entró en el vagón tanteando suelo y esquinas con su bastón alargado. Su presencia hacía a los pasajeros apartarse, mezcla de respeto, pena y valores sociales bien adquiridos. Hábil, se dirigió a una esquina menos poblada, donde procuró un apoyo y un espacio. Ella lo había seguido con la mirada desde el principio, observándole con la impunidad de quien se sabe no correspondido. El chico ciego, delgado, pelo rizado, de aspecto tímido como todos los ciegos, correctamente vestido como todos los ciegos, plegó su bastón, lo mantuvo en su mano y levantó sus ojos hacia la fascinación de ella.  Ella no pudo sostenerle aquella ausencia de mirada, en la que quiso observar un deje reflexivo, tal vez intelectual, tal vez solo infeliz. Pero sintió el impulso de rozarlo, de transmitirle su cercanía, por ninguna razón.

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